Sáb. Oct 5th, 2024

    Hace unas semanas, la gobernadora del Banco Central de Turquía, Hafize Gaye Erkan, levantó una polvareda tras una entrevista concedida al diario Hürriyet en la que aseguraba que le había sido imposible encontrar casa en Estambul y que se había tenido que mudar con su madre. “¿Puede ser Estambul más caro que Manhattan?”, se quejaba. Sus palabras fueron muy criticadas en artículos y redes sociales como un mero ejercicio de relaciones públicas, un intento de la máxima responsable de la política monetaria de Turquía de situarse al nivel del pueblo llano. Desde luego, al dejar su trabajo en la empresa estadounidense Marsh McLennan y hacerse cargo del banco central, Erkan ha visto sus ingresos muy mermados: ha pasado de cobrar unos 77.000 euros al mes a 5.000. Pero sigue siendo catorce veces más del salario mínimo, que cobran en torno al 40% de los trabajadores en Turquía.

    De lo que no cabe duda es de que en una cosa sí tenía razón: los precios de la vivienda en Estambul se han puesto por las nubes. En los últimos tres años, los alquileres han subido un 756% y el precio de compra un 651%. El alquiler medio de una vivienda de 100 metros cuadrados en Estambul se sitúa en las 17.100 liras, unos 535 euros. La cifra podría parecer asequible en comparación con otras ciudades europeas, equivale a un sueldo y medio de aquellos que cobran el salario mínimo.

    Adquirir una vivienda también se ha convertido en imposible para muchos turcos, con precios que, en algunos distritos centrales de la metrópolis, superan los 300.000 euros, y en otros, por ejemplo, Besiktas y Sariyer, a lo largo del estrecho del Bósforo, se acercan a los 500.000, según los datos del portal Endeksa. Es cierto que Estambul es una ciudad inmensa —se extiende cien kilómetros de punta a punta— y llena de desigualdades y contrastes: en otros distritos el precio de compra ni siquiera llega a los 100.000 euros. Son esas desigualdades, precisamente, las que contribuyen a la burbuja inmobiliaria. “La inflación ha hecho aún más desigual la distribución de los ingresos. Hay profesionales, comerciantes, empresarios que están mejorando su situación, mientras que otros trabajadores ven su situación empeorar día a día, así que una parte de la sociedad turca sí que puede permitirse comprar vivienda”, explica Ahmet Büyükduman, economista y experto en el mercado inmobiliario.

    Inversión

    Ante la crisis inflacionaria, que en Turquía comenzó a mediados de 2021, parte de quienes tenían ahorros decidieron invertir en ladrillo. Es más, hubo quienes aprovecharon la heterodoxa política de del Gobierno de Erdogan de mantener los tipos de interés muy por debajo de la inflación para captar créditos baratos e invertirlos en el mercado inmobiliario, y era precisamente gente que no necesitaba una vivienda, sino que lo hacía como método de inversión. La crisis no es un problema de falta de construcción. Es cierto que ya no se edifica al ritmo de mediados de los 2010, cuando solo en Estambul se construían más de 200.000 viviendas por año, pero en el último trienio se han construido unas 300.000 viviendas mientras que la población de la megalópolis turca ha aumentado en medio millón de personas.

    Un viaje por la ciudad permite observar qué se está construyendo: grandes torres de acero y cristal, urbanizaciones verticales que se anuncian como lo último en lujo. Y una parte nada desdeñable de ellas permanece vacía. Hay, subraya Büyükduman, un gran desequilibrio entre lo que se oferta y las necesidades de una gran parte de la población: vivienda asequible. Con todo, la burbuja parece estar pinchando: después de tres años marcando récords, en 2023, la compraventa de vivienda cayó a sus niveles más bajos de la última década.

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